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sábado, 14 de diciembre de 2013

Tercer Domingo de Adviento

La esperanza cristiana pasa a través de las esperanzas humanas

         La esperanza cristiana es un don de Dios, que hemos recibido gratuitamente, igual que la fe y la caridad. Hemos de pedir humildemente la gracia de permanecer y crecer en ella, afrontando todas las dificultades.

         Una causa de dificultades suelen ser las esperanzas humanas que nos acucian con sus agobios. Realmente cuando una persona está agobiada por problemas inmediatos de subsistencia (trabajo, casa, alimentación, salud...) no está en condiciones de oír hablar de esperanzas en un futuro cielo, que aparentemente no le solucionan nada de su problema presente. Incluso se ha acusado a la religión de alienante, opio del pueblo, porque adormece a las personas, haciéndoles olvidar las opresiones y sufrimientos del presente en aras de un hipotético cielo. La acusación descansa en una visión falsa de la obra de Jesús y del cristianismo. Es verdad que se pueden dar personas que actúen de esta manera, pero realmente están equivocadas, pues la esperanza cristiana pasa a través de las esperanzas humanas. Son inseparables.

         Las lecturas de hoy nos lo recuerdan: el profeta Isaías con ricas imágenes (el desierto florecerá, el débil se fortalecerá...) recuerda el futuro de felicidad que Dios nos ha prometido (1ª lectura), futuro que ya debe tener su eco en nuestro mundo haciendo justicia a los oprimidos, dando pan a los hambrientos, liberando a los cautivos, dando vista a los cielos... (Salmo responsorial). Es lo que hace Jesús, que se acredita como el Mesías prometido porque ya ha comenzado a realizar estos signos, garantía de la plenitud que ciertamente llegará (Evangelio) y hemos de esperar con paciencia (2ª lectura). El que espera con certeza, tiene paciencia hasta que todo se cumple.

         Alcanzaremos la meta de la esperanza cristiana, el cielo, en la medida en que nos dediquemos a satisfacer las esperanzas humanas de nuestro prójimo. La explicación es sencilla. La meta de la esperanza cristiana es ver a Dios, unión íntima con Dios amor, y esto implica una vida en amor creciente, que se traduce en amor concreto con las personas que nos rodean y en vivir como fermento de justicia en la sociedad en la que estamos insertos, comprometiéndonos en conseguir un mundo más justo, que ofrezca esperanzas a todos los hombres, especialmente a los pobres. El cristiano tiene que acreditar su condición siendo instrumento de Dios para colmar las esperanzas humanas de los que lo rodean. No podrá resolverlo todo, pero tiene obligación de hacer todo lo que pueda. Al final seremos juzgados de amor.

         Por otra parte, la esperanza cristiana ayuda a purificar y relativizar las esperanzas humanas. Ayuda a purificar, cuando nos hace ver que algunas son falsas, como las promesas de felicidad en el dinero, en el sexo, en el prestigio... Igualmente ayuda a reconocer que todas las esperanzas humanas son limitadas y no tienen capacidad para llenar la vida de la persona. Los cristianos debemos repasar de vez en cuando el examen que hace el libro del Eclesiastés de todas las felicidades humanas cuando se absolutizan y exclamar: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

         La esperanza cristiana en una felicidad total en la comunión plena con Dios amor es la única que puede dar sentido a nuestra vida, porque llena el corazón humano, creado para lo infinito, y es para siempre.  

         En la Eucaristía Jesús sigue alimentando nuestra esperanza en un final de plena felicidad y para ellos nos capacita para ser instrumentos de esperanza para tantas personas que a nuestro alrededor sufren agobiadas pos sus problemas. Así realizaremos los signos de la presencia del Reino, continuando la obra de Jesús.

PRIMERA LECTURA: Lectura del libro del profeta Isaías 35,1-6a.10: Dios vendrá y nos salvará
SALMO 145, 6c-7.8-9a.9bc-10: Ven, Señor, a salvarnos
SEGUNDA LECTURA: Lectura de la carta del apóstol Santiago 5,7-10: Manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca.
EVANGELIO: Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?