La esperanza cristiana pasa a través de las esperanzas humanas
La esperanza cristiana es un don de Dios, que hemos recibido
gratuitamente, igual que la fe y la caridad. Hemos de pedir humildemente
la gracia de permanecer y crecer en ella, afrontando todas las
dificultades.
Una causa de dificultades suelen ser las esperanzas humanas que nos
acucian con sus agobios. Realmente cuando una persona está agobiada por
problemas inmediatos de subsistencia (trabajo, casa, alimentación,
salud...) no está en condiciones de oír hablar de esperanzas en un
futuro cielo, que aparentemente no le solucionan nada de su problema
presente. Incluso se ha
acusado a la religión de alienante, opio del pueblo, porque adormece a
las personas, haciéndoles olvidar las opresiones y sufrimientos del
presente en aras de un hipotético cielo. La acusación descansa en una
visión falsa de la obra de Jesús y del cristianismo. Es verdad que se
pueden dar personas que actúen de esta manera, pero realmente están
equivocadas, pues la esperanza cristiana pasa a través de las esperanzas
humanas. Son inseparables.
Las lecturas de hoy nos lo recuerdan: el profeta Isaías con ricas
imágenes (el desierto florecerá, el débil se fortalecerá...) recuerda el
futuro de felicidad que Dios nos ha prometido (1ª lectura), futuro que
ya debe tener su eco en nuestro mundo haciendo justicia a los oprimidos, dando pan a los hambrientos, liberando a los cautivos, dando vista a los cielos...
(Salmo responsorial). Es lo que hace Jesús, que se acredita como el
Mesías prometido porque ya ha comenzado a realizar estos signos,
garantía de la plenitud que ciertamente llegará (Evangelio) y hemos de
esperar con paciencia (2ª lectura). El que espera con certeza, tiene
paciencia hasta que todo se cumple.
Alcanzaremos la meta de la esperanza cristiana, el cielo, en la medida
en que nos dediquemos a satisfacer las esperanzas humanas de nuestro
prójimo. La explicación es sencilla. La meta de la esperanza cristiana
es ver a Dios, unión íntima con Dios amor, y esto implica una vida en
amor creciente, que se traduce en amor concreto con las personas que nos
rodean y en vivir como fermento de justicia en la sociedad en la que
estamos insertos, comprometiéndonos en conseguir un mundo más justo, que
ofrezca esperanzas a todos los hombres, especialmente a los pobres. El
cristiano tiene que acreditar su condición siendo instrumento de Dios
para colmar las esperanzas humanas de los que lo rodean. No podrá
resolverlo todo, pero tiene obligación de hacer todo lo que pueda. Al
final seremos juzgados de amor.
Por otra parte, la esperanza cristiana ayuda a purificar y relativizar
las esperanzas humanas. Ayuda a purificar, cuando nos hace ver que
algunas son falsas, como las promesas de felicidad en el dinero, en el
sexo, en el prestigio... Igualmente ayuda a reconocer que todas las
esperanzas humanas son limitadas y no tienen capacidad para llenar la
vida de la persona. Los cristianos debemos repasar de vez en cuando el
examen que hace el libro del Eclesiastés de todas las felicidades
humanas cuando se absolutizan y exclamar: “Vanidad de vanidades, todo es
vanidad”.
La esperanza cristiana en una felicidad total en la comunión plena con
Dios amor es la única que puede dar sentido a nuestra vida, porque llena
el corazón humano, creado para lo infinito, y es para siempre.
En la Eucaristía Jesús sigue alimentando nuestra esperanza en un final
de plena felicidad y para ellos nos capacita para ser instrumentos de
esperanza para tantas personas que a nuestro alrededor sufren agobiadas
pos sus problemas. Así realizaremos los signos de la presencia del
Reino, continuando la obra de Jesús.
PRIMERA LECTURA: Lectura del libro del profeta Isaías 35,1-6a.10: Dios vendrá y nos salvará
SALMO 145, 6c-7.8-9a.9bc-10: Ven, Señor, a salvarnos
SEGUNDA LECTURA: Lectura de la carta del apóstol Santiago 5,7-10: Manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca.
EVANGELIO: Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11,2-11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?