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sábado, 7 de diciembre de 2013

Inmaculada Concepción y Segundo Domingo de Adviento

María, modelo de esperanza, reina del adviento

            En este tiempo de Adviento, tiempo de esperanza, María aparece como modelo de la esperanza cristiana, mostrándonos cuáles son los fundamentos de esta, fe en la palabra de Dios y humildad. Ambas permiten colaborar eficazmente con las promesas de Dios, protagonista de la salvación.

         Primero es la fe en Dios misericordioso y poderoso que quiere la salvación del hombre y manifiesta su plan en su palabra, esperando de cada persona concreta colaboración, porque quiere contar con ella en su actuación en la historia humana. En la segunda lectura san Pablo recuerda en la carta a los Efesios el plan salvador de Dios, bendecir y divinizar a todos los hombres por Jesucristo, haciéndolos santos e inmaculados en el amor. En este contexto el Evangelio recuerda que pidió la colaboración de María, que responde ofreciendo su pequeñez: Aquí está la sierva del Señor, que se haga en mí según su palabra. Cree en la palabra y comienza una aventura que vivirá en la oscuridad de la fe, siempre confiada en la palabra de Dios que no falla, “sin saber a dónde iba”, como Abraham, pero convencida de que Dios la acompañaría. Por eso, como sierva humilde se puso en las manos de Dios. Porque era humilde acepta el plan de Dios y se pone sin condiciones a su servicio.

         Fe y humildad son importantes para la esperanza de todo cristiano. La fe es el fundamento de la esperanza. Creo porque espero. La segunda virtud teologal supone la primera. La esperanza cristiana es diferente de las expectativas humanas. Estas esperan de acuerdo con las posibilidades que poseen en el presente, y así, por ejemplo, proyecta gastar de acuerdo con el dinero que se posee. Pero la esperanza se apoya en la fe en las promesas de Dios, poderoso para cumplir lo que promete, todo siempre inspirado en su misericordia. Y “para Dios nada hay imposible” , como recuerda el ángel a María. Por eso la Iglesia invita siempre y especialmente en este tiempo a recordar las promesas de Dios para avivar nuestra esperanza. Las primeras lecturas de la liturgia este tiempo de Adviento van en esta línea. La de este domingo anuncia la venida del Mesías, que tendrá la plenitud del Espíritu Santo y por ello traerá un reino de justicia y paz, una vuelta al paraíso perdido. Una meta a la que tenemos que caminar y que con toda certeza se realizará. 

         Junto a esto la Iglesia nos pone en guardia para superar dos tentaciones, la de rebajar las promesas y ponerlas a la altura de nuestras expectativas, fundadas en nuestra pobre experiencia individual y eclesial. Y otra, fundada en la misma raíz, nuestra pobre experiencia, y que consiste en declarar algo como imposible. Todo lo que Dios ha prometido y nos pide es posible. 

         Igualmente es importante la humildad, que excluye el orgullo y la autosuficiencia. El autosuficiente cree que lo tiene todo y no espera ya nada, pero realmente está alienado y no es consciente de las carencias y necesidades que tiene. Vive un mundo irreal. El humilde, en cambio, conoce sus limitaciones y posibilidades y espera que Dios las colme. 

María experimentó estas realidades y en el Magnificat alabó a Dios poderoso y misericordioso, que “ha hecho cosas grandes en mí” y “hace proezas con su brazo... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos colma de bienes y a los ricos despide vacíos”.

         La Eucaristía es lugar privilegiado para agradecer al Padre, en primer lugar, la obra que ha realizado en María, y junto con esto, la vocación que nos ha dado y los medios que estamos recibiendo para llevarla a cabo. Por otra parte, es alimento de los hijos que capacita para seguir adelante, creciendo santos e inmaculados en el amor, y garantía de que llegaremos a la meta querida por el Padre. 

PRIMERA LECTURA: Lectura del libro del profeta Isaías 11,1-10: Con equidad dará sentencia al pobre
SALMO 71,2.7-8.12-13.17: Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente
SEGUNDA LECTURA: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,3-6.11-2: Destinados a ser santos e inmaculados en el amor
EVANGELIO: Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38: Alégrate, llena de gracia.